Aunque el actual edificio no destaca por sus características arquitectónicas sí lo hace por su importancia histórica en el desarrollo del municipio.
La Fábrica de Naipes de Macharaviaya era propiedad de la familia Gálvez, familia formada por cinco hermanos quienes participaron en la aventura americana. Ésto abrió una vía de comunicación entre el Nuevo Continente y el municipio hasta el punto de que se le conociera como el pequeño Madrid.
De esta manera, la Fábrica de Naipes de Macharaviaya ostentó el monopolio de este producto para su venta en América hace dos siglos. Su producción se cifraba en 30.000 mazos anuales, fabricados con un papel especial que se adquiría, inicialmente, en Barcelona y Génova, aunque, algunos años después, el papel pasó a elaborarse en Benalmádena. Sin embargo, respecto a esa producción, algunos expertos aseguran que la mayor parte de ella jamás llegó a su destino, por lo que las barajas se pasaban meses en los puertos de Cádiz y Málaga donde acababan pudriéndose a causa de la humedad. Y que las partidas que desembarcaban en Las Indias tenían tan mala calidad que no compensaba el precio tan caro que se hacía pagar por ellas, ya que se consideraban artículo de lujo.
Como los costes de almacenaje, transporte, distribución y comercialización corrían a cargo del Estado, éste incrementaba el precio en un 15 por ciento. Por ello se ha dicho que el monopolio de Macharaviaya era relativo pues los naipes de contrabando hacían estragos en Perú, Nueva España (México), Argentina, Puerto Rico y Cuba.
El desequilibrio entre producción y comercialización acabó sumergiendo a la fábrica en una enorme crisis, la cual llevó a la Real Hacienda española a reducir la producción y el precio, medidas que no sirvieron de nada. La Guerra de la Independencia (1808-1814) y las epidemias dieron la estocada final al negocio. Una Real Orden de 1815 puso fin al mismo, autorizando a fabricar naipes en todo el Reino.
Poco después se subastó el edificio y las instalaciones, al que corresponden los números actuales del 15 al 23 de la calle Real de Málaga. Con los años el edificio quedó convertido en viviendas, parcelando su interior. Se adjudicó por 60.000 reales y había costado al Estado más de 530.000.
Las cartas eran elaboradas en papel-cartón presentando diferente grosor, dibujos (estrellas, conchas y dados) y colores en el reverso (azul, rojo o verde).