Su belleza radica en la sabia utilización de la piedra, en la sencillez de sus franjas de color (blanco y verde) y en su simetría; su encanto proviene de lo recoleto de este espacio, que tantas evocaciones trae a las mujeres mayores del pueblo.
Los lavaderos eran centros importantes de relación social femenina y algo así como santuarios de las intimidades, habladurías y cantos de las mujeres. Todavía se sigue con la vieja tradición de llevar el agua de la fuente a la casa en botijos.
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